Oír es ser tocado a la distancia
Pascal Quignard [1]
Todos confinados. Pero, ¿todos aislados? Quizá convenga advertir, en estos tiempos del virus, si hemos podido hacer un litoral allí donde, como seres hablantes, al encontrarnos con la huella de nuestro exilio, consentimos realmente al lazo social.
Estamos solos, como dice Lacan, no solamente ante el hecho de que el Otro no existe, sino también porque tomamos contacto con algo que surge como efecto de esa ausencia. Estar solos no es lo mismo que estar aislados. En la soledad, lo que se pone en juego es la separación. La experimentamos cuando nos confrontamos con la falta en el Otro y en nosotros mismos. [2] En el aislamiento no se necesita del Otro, se lo excluye. En la soledad se desea su presencia.
Ahora bien, eso que se ha llamado “distanciamiento social” no tiene por qué convertirse en un muro que impida el lazo con los otros. Prueba de ello ha sido la “zoomización” [3], tal y como llama Anna Aromí, al fenómeno que ha producido que millones de personas en el mundo se reúnan semana a semana haciendo uso de las video llamadas durante la pandemia por la COVID-19.
El asunto es que no siempre el Otro que se hace presente en la pantalla nos toca a la distancia aunque el objeto voz y el objeto mirada no estén confinados. Así como tampoco puede llegar a tocarnos cuando se pone en juego la presencia real del cuerpo. Más bien, tendríamos que ver si la “zoomización” revela otra manera de taponarnos con el objeto para evitar la falta. Entonces todos muy bien adaptados a las comunidades virtuales, pero profundamente aislados en nuestras pequeñas cuevas.
Tal vez nos toca inventar una caverna. Hacer de ella, como hizo Platón, una cámara oscura donde resuene una voz propia. Una voz que no es la voz del súper yo que mandaría a gozar con el ojo absoluto del Zoom, sino una voz que se nos presenta tal como dice Miller cuando se refiere al sentido que le da Lacan a la voz: “no sólo no es la palabra, sino que no es nada del hablar.” [4]
En el tiempo de las grutas paleolíticas, los primeros pintores, según conjeturas de Pascal Quignard, siguieron las propiedades acústicas de algunas paredes para hacer resonar lo que pintaban en la piedra. Las cuevas se constituían en instrumentos de música. Quignard cuenta en la Imagen que nos falta: “A la luz de la antorcha de grasa, que descubría una por una las epifanías bestiales rodeadas de penumbra, respondían las músicas de los litófonos de calcita”. [5]
Algo sucedía en el exterior que, al pasar por el agujero de la cueva, llevaba a los primeros pintores a delimitar un vacío que les permitía hacer audible los rugidos de las fieras.
Lacan también delimitó un vacío para hacer resonar su voz, cuando al estar frente a los muros de la capilla de Sainte-Anne, hospital donde inició su práctica, dijo que hablaba a las paredes. [6] Allí dio una serie de charlas. Los muros le sirvieron de metáfora para interrogar si el público que allí se encontraba podía escuchar, pero asimismo le sirvieron para poner de relieve de qué manera el campo donde se instaura la experiencia de un análisis es un muro. El muro que es el lenguaje y que cada vez debemos atravesar. Es decir, el muro no sólo será impedimento y obstáculo, sino también servirá de instrumento para producir un efecto de sentido que, por su resonancia, se haga inolvidable al tocar el cuerpo y así pueda causar una perturbación en el goce que nos habita.
Gracias a los envoltorios ofrecidos por lo imaginario y lo simbólico, si se ve enfrentado con la separación, el ser hablante puede tener la oportunidad de reencontrar, en el exterior, un goce con el cual emparejarse.
Lo real de la COVID-19 nos ha mostrado de qué manera siempre nos tocará enfrentar el acontecimiento que supone simbolizar la falta, cuando una contingencia de la vida nos haga evocar el objeto perdido o cuando se viva la fractura que implica sentirse descolocado ante ese Otro que anida en nosotros. Y se requerirá de cierto tiempo para que el sujeto pueda hacer un arreglo sinthomático que le posibilite aparejarse con un nuevo objeto, que como bien señala Lacan, en el seno más asentido de mi identidad conmigo mismo es él quien me agita. [7]
En estos tiempos que corren, la acción lacaniana enfrenta el desafío de hacer resonar otra cosa que no sea el sentido que pretende imponernos el ojo absoluto del Zoom. El riesgo para el psicoanálisis es desaparecer por la entrega al goce mudo del objeto.
La invitación es a volverse absolutamente radical ante esa operación, cuyo efecto puede dejar al sujeto dominado por el encantamiento narcisista, donde lo real del cuerpo, al ser excluido, retorna con la ferocidad del goce.
Hacer del muro un amuro es una dimensión que propone Lacan para desplazar las murallas que obstaculizan el lazo con el Otro, puesto que, al jugar con el amor, el objeto “a”, el muro y la resonancia, se puede producir olas en el océano de las palabras vanas.
Hemos jugado con la pantalla de cristal líquido para hacer de Factor@ un amuro. No es nada seguro que lo hayamos logrado. Los textos que escribimos deben probarle al otro que lo deseamos. Era ésta la recomendación de Roland Barthes. [8] Pero de cualquier manera, si de lo que se trata es de fracasar mejor, puesto que la falla o los tropiezos son nombres del agujero, podemos decir que sí hay un acto logrado: la prueba de que la escritura existe.
Raquel Baloira
NOTAS
- Quignard, Pascal. El odio a la música: diez pequeños tratados, Ediciones Andrés Bello, México, 1996, p. 60.
- Brignoni, Susana. [En línea] De la soledad al aislamiento, disponible: http://ampblog2006.blogspot.com/2018/04/boletin-0-1-2-y-3-la-soledad-y-el.html.
- Aromí, Anna. [En línea] Una playa de poesía, disponible: https://zadigespana.com/2020/07/24/una-playa-de-poesia/.
- Miller, Jacques-Alain. Jacques Lacan y la voz. Freudiana 21, Barcelona, p.15.
- Quignard, Pascal. El odio a la música, Ediciones Andrés Bello, México, 1996, p. 82.
- Lacan, Jacques. Hablo a las paredes, Editorial Paidós, Barcelona, México, 2012, p. 85.
- Lacan, Jacques. Instancia de la letra o la razón desde Freud. Escritos. Siglo XXI Editores, 1957, p. 473.
- Barthes, Roland. El placer del texto y Lección Inaugural.Siglo XXI Editores, 2004, p. 14.