Indice
Presentación, Gabriela Camaly y Alejandra Glaze
Locuras ordinarias. Variaciones
Las psicosis ordinarias y la reordenación de la clínica contemporánea, Miquel Bassols
La psicosis ordinaria a la luz de la teoría lacaniana del discurso, Marie-Hélène Brousse
Punto de locura en la era del parlêtre, Victoria Horne Reinoso
11 formas de estar loco. Cuando el fantasma no funciona, Patricio Alvarez Bayón
Notas para una clínica ordinaria, Gabriela Camaly
Desencadenamientos y enganches, Mónica Wons
Sueño, locura y psicosis, Miguel Furman
Todo el mundo delira. Perspectivas
4 en 1, Marcelo Veras
Rousseau, escritos necesarios, Patricia Moraga
Marcel Duchamp, El anartista, Alejandra Glaze
La identidad como locura, Elena Levy Yeyati
Cada loco con su cuerpo, Irene Greiser
Locuras violentas, Marisa Morao
Amor loco: muerto, Marita Salgado
Lo locura como orientación
Retorno sobre la juntura, Gustavo Stiglitz
La herejía y lo fuera de sentido, Osvaldo L. Delgado
¿Como veterinarios o como analistas?, Gerardo Arenas
Lo que no se enseña se transmite, Leticia A. Acevedo
Las chifladuras de la racionalidad, Ernesto Sinatra
La política del psicoanalista, Pablo Fridman
Saber hacer con la propia locura
Un nuevo amor, Gabriela Grinbaum
Un hueso duro de roer, Paula Kalfus
Sobre el final, un delirio en la transferencia, Kuky Mildiner
Presentación
Una tarde calurosa de verano, Buenos Aires se derrite bajo el rayo del sol. Un encuentro entre dos amigas en un bar –porque en verano tenemos tiempo para la charla y el café–. En el horizonte, la proximidad del Congreso de la AMP de 2018 en Barcelona sobre las psicosis ordinarias. Los preparativos para el viaje ya están en curso. La conversación inicia, damos vueltas sobre los pequeños detalles de la locura cotidiana, esa que nos interpela porque nos concierne. El gran tema de las “psicosis ordinarias” se entromete en el diálogo. Desordenadamente repasamos las referencias conocidas, estudiadas una y mil veces hasta el hartazgo. En un movimiento inevitable pasamos del campo de las psicosis y su modalidad forclusiva a la locura de todos… la de los pacientes, la de los amigos, la de los seres amados, la nuestra. Una de ellas escupe la frase. Se trata finalmente de la locura de cada uno… es un buen título para lo que nos convoca. Así surge un proyecto de trabajo que será el producto de una elaboración entre varios, abierto a la conversación constante, como solemos hacer.
Los autores de este libro construyen con sus textos una suerte de partitura, donde las notas del psicoanálisis se combinan en una escritura en la que los acordes de la clínica clásica de la forclusión del Nombre-del-Padre resuenan con la forclusión generalizada y la clínica del sinthome.
El recorrido de este libro comienza, en su primera parte, con diferentes modos de abordar el concepto de forclusión generalizada. Desde distintas perspectivas, los autores se refieren a la afirmación pronunciada por Lacan en su intervención en Vincennes en 1978: “Todo el mundo es loco, es decir, delirante”.[1] Cada trabajo pone al desnudo no el carácter deficitario de una estructura psíquica respecto de otra, sino la limitación estructural de lo simbólico para tratar lo real. Esta perspectiva común, así como la necesidad de que cada sujeto se las arregle con lo real del goce, abre a la lectura de las consecuencias para la práctica analítica y la orientación que conviene al analista.
En primer lugar, Miquel Bassols plantea el reordenamiento absoluto de la clínica a partir de la conceptualización de las psicosis ordinarias como “anti-categoría diagnóstica” propia del discurso psicoanalítico de orientación lacaniana. Interpreta, de esta manera, la limitación de todo el sistema clasificatorio, tanto de la psiquiatría clásica como de la actual, a la vez que interpela al discurso de la época.
Seguidamente, Marie-Hélène Brousse presenta una lectura de la psicosis ordinaria a la luz de la teoría del discurso. Su texto da cuenta del desplazamiento del eje ordenador de la clínica psicoanalítica a partir del cambio del estatuto del Nombre-del-Padre en la enseñanza de Lacan. Para dar cuenta de dicho desplazamiento se sostiene en una doble inexistencia: por un lado, la inexistencia de la relación sexual y, por el otro, la inexistencia del Otro que tan bien caracteriza a nuestra época.
A continuación, Victoria Horne Reinoso se ocupa de la diferencia entre la psicosis como estructura psíquica particular y la locura común a todo sujeto hablante, abriendo una perspectiva diferente. La autora se centra en el pasaje de la afirmación “todas las mujeres son locas” –aunque no del todo– al axioma lacaniano “todo el mundo es loco, es decir, delirante” y localiza con precisión el movimiento que va del “no-todo femenino” al “no-todo generalizado”, producto de la imposibilidad estructural de la relación sexual.
Asimismo, las variaciones del concepto de locura son recorridas por Patricio Álvarez Bayón para centrarse en la función que cumple el fantasma tanto en las neurosis como en las psicosis. Esto le permite ubicar los diversos modos de estar loco cuando el fantasma no funciona: articulando la causa del deseo –en el caso de la neurosis– o bien estabilizando al sujeto en el plano imaginario –en el caso de la psicosis–.
En consonancia con los desarrollos anteriores, el texto de Gabriela Camaly sitúa el “giro pragmático” producido por la promoción del goce en la última enseñanza de Lacan, antecedente lógico de la forclusión generalizada. Dicha operación implica una generalización del tratamiento no standard del agujero forclusivo para todo ser hablante porque la dimensión delirante no se limita a una elucubración sin sentido, sino que surge de los intentos del sujeto para tramitar el goce imposible de domesticar.
El trabajo de Mónica Wons se interroga sobre las modalidades de tratamiento de la forclusión en el campo de las psicosis. Así, se detiene en la distinción de los enganches y desenganches propios de las psicosis ordinarias y su diferencia con otras formas de tratamiento posible. En este sentido, distingue los arreglos imaginarios y sus efectos estabilizadores de la construcción de suplencias y los efectos de anudamiento rsi que las mismas producen. Su recorrido señala dos lógicas diferentes con consecuencias clínicas para la dirección de la cura.
Para cerrar este primer apartado, Miguel Furman se centra exhaustivamente en las relaciones entre el sueño y la locura para esclarecer la diferencia fundamental entre el sueño como formación del inconsciente y el fenómeno elemental propio de la psicosis como experiencia de lo real. La pregunta sobre el estatuto de los sueños en la psicosis y cuál es su tratamiento posible atraviesa este texto, abriendo una vía de trabajo hacia el próximo Congreso de la amp[2].
En la segunda parte del libro, los textos reunidos presentan perspectivas y variaciones de las locuras ordinarias, así como de lo ordinario de la locura. La identidad como locura, los cuerpos enloquecidos de la época, la violencia loca con el partenaire y el amor muerto propio de la psicosis aparecen como modos en que la locura -ordinaria o no- hace su aparición en el mundo. Pero también, el lector encontrará ilustrada la manera en que tanto la escritura como el arte pueden funcionar como soluciones sinthomáticas frente al hecho de que no hay Otro del Otro, modalidades singulares de algunos casos célebres en el ámbito de la cultura.
Para comenzar, una nota clínica. Marcelo Veras presenta un precioso caso de paranoia donde la irrupción de un goce no enmarcado por el significante fálico pone en riesgo el equilibrio del sujeto. El caso muestra de qué manera el analista se presta con docilidad al uso de la transferencia e interpreta aquello que aparece como experiencia enigmática, en un fino y delicado equilibrio para que el exceso de sentido no se convierta en delirio.
Luego, partiendo del hecho de que todo sujeto se encuentra traumatizado por la palabra, Patricia Moraga se adentra en la estrecha relación entre la narración escrita y el psicoanálisis. En este sentido, trabaja en detalle los escritos de Rousseau –leídos por la autora como necesarios en el tratamiento del punto forclusivo del sujeto– para extraer de allí una enseñanza sobre el tratamiento posible del goce que afecta al sujeto.
Varias son las ocasiones en las que Lacan cita a Marcel Duchamp. Posteriormente, Miller sostiene que, junto con Joyce y Schönberg, en los tres casos se trata de sujetos que supieron ser fabricantes de escabeles para arreglarse con el goce opaco, inventando cada uno su singular sinthome. Es así que Alejandra Glaze se aboca a demostrar de qué manera Duchamp sostuvo una vida fuera de la norma común y produjo una obra que revolucionó para siempre el arte. El lector despabilado sabrá leer que la ilustración de la tapa de este libro, La locura de cada uno, se orienta en la huella de Lacan y en la brújula que Miller nos brinda con su elucidación.
Por su parte, Elena Levy Yeyati se ocupa de poner al descubierto la loca creencia del yo en el delirio de identidad del sujeto consigo mismo, efecto de la pasión por el desconocimiento de su goce. La autora realiza un riguroso recorrido por las referencias de Lacan para demostrar que la ética del psicoanálisis procede contra las identificaciones del sujeto para ponerlo en conexión con las condiciones de su modo de gozar.
El trabajo de Irene Greiser parte de una doble constatación que afecta a todo sujeto hablante. A saber, que la anatomía no es el destino y que la relación sexual no existe. Localiza de este modo el trauma universal de la sexualidad humana y la dificultad de apropiarse de ese cuerpo con el que el sujeto ha nacido –siempre Otro, siempre extraño– para poder contar con el mismo como instrumento al servicio de la vida.
Las locuras violentas como una modalidad de los lazos actuales son el tema central del trabajo de Marisa Morao. En su texto, la autora se ocupa del estudio de la tensión agresiva estructural en el lazo imaginario entre los seres hablantes. Desde esta perspectiva, realiza una lectura del odio que en ciertas ocasiones se dirige al cuerpo del otro y es puesto en acto de manera radical, en especial en la época actual.
Finalmente, Marita Salgado se sirve del funcionamiento propio de la psicosis y su carácter creativo, subrayado en variadas ocasiones por Miller –en contraposición al estigma del déficit asociado a la primera enseñanza de Lacan–, para leer los nuevos modos de lazo amoroso y de tratamiento del goce propios de nuestra contemporaneidad.
Llegamos así a la tercera parte de este libro. El lector encontrará una serie de textos que localizan las consecuencias que el último Lacan imprime al psicoanálisis como praxis en general y, más específicamente, a la clínica de la psicosis. Bajo esta orientación, los trabajos que aquí se suceden se centran en la práctica analítica, la condición herética del discurso analítico en todas las épocas, el buen uso del diagnóstico, la delicada relación con la política, así como también la problemática de la transmisión de un saber y una práctica que ciernen siempre un imposible de decir.
Gustavo Stiglitz presenta un recorrido en el que traza el movimiento que conduce a Lacan de la afirmación “no se vuelve loco quien quiere sino quien puede”, escrita en las paredes de la guardia de Sainte Anne en los inicios de su enseñanza, a aquella otra –a la que ya nos referimos más arriba– formulada mucho después sobre el delirio generalizado. En todos los casos, cuando hay padecimiento para el ser hablante, siempre está afectado el sentimiento de la vida en su juntura más íntima.
Siguiendo las huellas del gran escándalo promovido por Freud y por la heterodoxia lacaniana, Osvaldo Delgado ubica la gran herejía del discurso psicoanalítico. Todo el edificio conceptual del psicoanálisis se sostiene en la imposibilidad de obtener el goce absoluto, así como en la imposibilidad de saber todo sobre el goce. En el límite, la aptitud del analista en su práctica depende de cómo se las arregla con esa doble imposibilidad.
En su texto, Gerardo Arenas se ocupa de delimitar el buen uso del diagnóstico y su función cuando se trata de seres hablantes que tienen un cuerpo, algo muy diferente de los cuerpos objetivables bajo la lupa del discurso de la ciencia y su proceder. El autor se sirve de las categorías aristotélicas de lo universal y lo particular para distinguir la singularidad subjetiva de la que se ocupa el psicoanálisis, irreductible a cualquiera de las categorías preestablecidas.
A continuación, Leticia Acevedo pone en tensión la afirmación lacaniana sobre lo real sin ley con la constatación de que todo el mundo, a su manera, delira. Si hay delirio generalizado es porque hay un punto de locura para cada uno en el encuentro con lo real; allí no hay saberes establecidos ni verdades interpretables. Marguerite Duras y Jorge Luis Borges son las referencias en las que se apoya para mostrar que lo imposible de enseñar es pasible de una transmisión.
Por su parte, Ernesto Sinatra recupera sus propias formulaciones sobre las chifladuras de la racionalidad de los grandes pensadores, muchos de ellos interlocutores de Lacan, hasta las actuales chifladuras del discurso de la tecnociencia actual, para volver a explorar que cada uno está solo frente a la propia locura imposible de neutralizar, a pesar de todas las subjetivaciones posibles.
Este apartado concluye con un texto de Pablo Fridman que aborda con delicadeza el difícil tema de las relaciones entre el psicoanálisis y la política, para delimitar que la política del psicoanalista concierne siempre al síntoma y a los modos de goce, en el reverso de lo que el discurso del amo busca imponer en cada época. Es la orientación que nunca conviene perder de vista para hacer existir al psicoanálisis.
Finalmente, la última parte de este libro da cuenta de lo propio del discurso analítico cuando éste interviene de tal manera que afecta radicalmente la vida de un sujeto. No se trata de liberarlo de su dimensión de “locura de parlêtre”, sino de que pueda desembrollarla hasta convertirla en lo más singular de su modo de estar en el mundo y de practicar el psicoanálisis, en la soledad que dicha práctica implica, pero también en el lazo de trabajo que la misma requiere junto a otros con los que se hace Escuela, movidos por una causa común.
Gabriela Grinbaum relata su delirio de vivir para animar al Otro, hacer que los otros la necesiten para mantenerse en su más íntima soledad. El trabajo del análisis la condujo a la reversión de trabajar para hacerse amar por el Otro a la posibilidad inédita de amar pagando la libra de carne que es necesario poner en juego.
Para Paula Kalfus la frase de Lacan “el inconsciente es la política” constituye la llave de lectura del propio caso. Ella transmite de qué manera el análisis le permitió el tratamiento de la angustia que implicaba vivir sumida en el sentido inconsciente del fantasma hasta producir la separación del goce que estaba allí implicado y la vivificación consecuente a la puesta en causa del deseo.
Por último, Kuky Mildiner, refiere que el análisis le sirvió para elucidar su singular locura, articulada al fantasma y a su modo de gozar, y transmite de qué manera la misma se puso en acto bajo transferencia hasta revelar su disparatado exceso. Atravesar la condición erotómana de su delirio transferencial le permitió encontrar una buena salida del silencio y el secreto.
Queridos lectores:
Ha sido un gran trabajo pero también una enorme satisfacción construir este pentagrama de escrituras singulares para dar a cada nota su mejor lugar.
Esperamos que cada una de las voces aquí presentes encuentre en cada lector nuevas resonancias para que la música del psicoanálisis siga tocando su mejor canción.
Gabriela Camaly
Alejandra Glaze
[1] Lacan, J., “Lacan en Vicennes”, Lacaniana 11, eol, Grama ediciones, Buenos Aires, 2011.
[2] xii Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis sobre El sueño. Su interpretación y su uso en la cura lacaniana a celebrarse en Buenos Aires, del 13 al 17 de abril del 2020.